05 mayo 2010

Cuando el voluntarismo político conduce al gorilismo

Por Alberto J. Franzoia

Las ideas no se engendran en una burbuja sino que van surgiendo a partir de determinadas condiciones socioeconómicas en un contexto histórico específico; desde ya el proceso es dialéctico por lo se completa con la posibilidad de modificar dicho contexto con algunas de las ideas que a partir del mismo fueron gestadas. En definitiva una conciencia nacional puede surgir en un contexto de dependencia y actuar sobre ella para ponerle fin. Sin embargo los idealistas aún creen en el carácter ahistórico de las ideas, y en desde ese mundo maravilloso que estas pueden gestar tan sólo por su genética genialidad, siguen dando cátedra sin sonrojarse. Quizás por eso la Argentina actual esta colmada de sujetos que con aires de intelectualidad profunda afirman muy sueltos de cuerpo barbaridades semejantes a: “el gobierno de los Kirchner es nazi porque es autoritario”. Un analfabeto en materia política (y en unas cuantas materias más) como el novelista Marcos Aguinis, tranquilamente puede ser el responsable de semejante enunciado, suscripto por políticos opositores y periodistas “independientes”. Pero esta frase no resiste el menor análisis, ya que ignora cuestiones tan elementales como que el nazismo es una respuesta ideológica y política para ciertas condiciones que emergen de una especificidad socio-económicas no presentes en países dominados por el imperialismo y que por lo tanto aún luchan por su liberación nacional. La Alemania de los años treinta sí era terreno propicio para que sectores de las capas medias, apoyados por una gran burguesía nacional con necesidad de control y coerción sobre su proletariado y de expandirse más allá de las fronteras nacionales en busca de nuevos mercados, impulsaran el terrorismo estatal y la guerra. Cosa que un denunciante del holocausto como Aguinis debería saber si quiere honrar la memoria de tantas víctimas de semejante barbarie.

Otros idealistas, compañeros de ruta de Aguinis pero poco amigos de las letras y con una inserción mucho más concreta en la estructura económica argentina, nos dicen desde la Sociedad Rural que nuestro país debe volver a ser la granja del mundo, aunque el mundo ya no sea lo que era hacia fines del siglo XIX y principios de XX, y la población nacional se haya multiplicado de tal manera que si no hay una reinversión productiva en el campo la opción de hierro pasa a ser: exportar mucho o alimentar a la población nativa. Pero ocurre que justamente la clase social que la Rural expresa se ha caracterizado a lo largo de toda su historia por ser una clase parasitaria, mucho más propensa a la especulación que al desarrollo productivo, por lo que la reinversión no integra su horizonte. Y ante esa opción de hierro ya se sabe que las preferencias de nuestros hombres de campo, más allá de discursos con pechos inflamados de patriotismo, se inclinan por exportar y engordar sus bolsillos personales con dólares.

Tanto la oligarquía de la Sociedad Rural, como intelectuales de la clase dominante tipo Aguinis (que obviamente no sólo expresan los intereses concretos de esta corporación sino de la que se manifiesta en el comercio, las finanzas y la industria oligopólica) son la pata derecha del bloque oligárquico-imperialista. Eso resulta cada día más evidente para todo aquel que preste atención a los hechos y no se deje azonzar por lo medios de desinformación. Es más, una mirada atenta cada vez más descubre el rol que realmente desempeñan esos mismos medios oligopólicos y sus muy bien remunerados periodistas “independientes”. Esos que creyeron que podían juzgar a todo mortal sin ser simultáneamente juzgados, y que por lo tanto se manifiestan indignados ante recientes escarches y denuncias de fácil comprobación. 

Lo que no termina de quedar claro para muchos compatriotas es cuál es la función objetiva que desempeñan, aún contra su voluntad, ciertas fracciones de izquierda y de centroizquierda. Ya nos hemos explayado en otro artículo sobre la inconveniencia de utilizar estos conceptos en abstracto, sin anclaje alguno en la especificidad económico-social, política e ideológica de un país que aún lucha por liberarse del imperialismo para constituirse como nación. Afirmamos que en dichas circunstancias no existe una sola izquierda y centroizquierda. Por el contrario cada uno de los bloques que se constituyen en torno a la resolución de la contradicción principal (liberación o dependencia) tiene su propia izquierda y centroizquierda, unas nacionales que luchan por la liberación, y otras antinacionales que favorecen la dependencia. Esto es así porque todo abordaje serio de la práctica humana, tanto individual como colectiva, debe considerar una distinción clara entre la voluntad manifiesta de los protagonistas y las consecuencias objetivas que sus prácticas generan. En cuestiones afectivas sabemos que “hay amores que matan”, y en política hay voluntades transformadoras, y a veces revolucionarias, que solo sirven para reforzar las cadenas de la explotación y la dependencia. 

Esta cuestión tiene vieja data en relación a organizaciones generalmente de escaso peso cuantitativo y cualitativo en la política argentina. Uno de los casos más paradigmáticos al respecto es el Partido Obrero. Las ideas que defiende son tan claras y supuestamente revolucionarias, como inconducentes y ajenas a la experiencia concreta de buena parte de la clase obrera nacional. Tanto que las consecuencias que producen nada tienen que ver con la revolución que dicen defender. De hecho si la liberación de la clase obrera argentina dependiera del desempeño político de este partido, estaría condenada a la explotación eterna en un mercado laboral hasta no hace mucho muy reducido por la acción conjunta de la oligarquía nativa y la burguesía imperialista (tiempos a los que se puede volver si prácticas como las del PO y grupos similares colaboran para debilitar al gobierno). Es decir, la práctica concreta del PO podría llevar a la progresiva desaparición de la clase obrera pero no por la vía revolucionaria sino reaccionaria. 

Distinto es cuando los individuos y las organizaciones que favorecen al bloque oligárquico-imperialista son ex integrantes del bloque nacional-popular. Es el caso de viejos compañeros de ruta como Pino Solanas, Alcira Argumedo o Claudio Lozano. Lo mismo puede decirse de organizaciones como Libres del Sur que hasta hace poco eran mucho más oficialistas que nosotros, al punto de ocupar cargos políticos y cobrar sueldos a los que nunca tuvimos acceso. Este segundo grupo pretende desarrollar un discurso transformador, algunos explicitan su lucha contra la dependencia, y en muchos casos hay una trayectoria que los avala. Deseamos dejar ese punto en claro porque ciertas miserias de la política, que como toda actividad humana no es ajena a las mismas, salen a relucir para descalificar biografías de viejos militantes por errores y horrores actuales. Debe quedar claro entonces que más allá de algunas diferencias tácticas en el pasado, solíamos transitar por la misma acera. Pero, no menos claro debe quedar que hoy no es así, y lo lamentamos muchísimo. 

La voluntad política de ellos y de sus organizaciones se manifiesta en el discurso por la defensa de un proyecto de transformación nacional y popular. Sin embargo, el enemigo principal que han elegido (el kirchnerismo) y los aliados que objetivamente tienen a lo hora de enfrentar a dicho “enemigo” (un heterogéneo gorilaje que va desde el progresismo más lavado e insípido hasta liberales ortodoxos que participaron de los peores momentos de la historia argentina), los coloca en la vereda del bloque oligárquico-imperialista. 

Lo que una mirada desapasionada puede comprobar con sólo limitarse a confrontar discursos (abstractos) con prácticas políticas (concretas), es el enorme desfase existente entre la voluntad de marchar hacia lo nuevo y las consecuencias profundamente reaccionarias que objetivamente engendran con sus desafortunadas tácticas. Aquello de “cuanto peor mejor” solía ser patrimonio de izquierdas cipayas, siempre ajenas al campo nacional y popular latinoamericano, que mucho daño han hecho y aún hoy no escarmientan. Pero la presencia dentro este mapa del desatino nacional de una centroizquierda en otros tiempos compañera de ruta, no deja de ser una muy mala noticia. Nadie que haya desviado su rumbo al punto de coincidir con el peor gorilaje argentino puede aspirar a cambiar nada a favor de los sectores nacionales y populares. 

Es esencial que muchos jóvenes que militan en esos espacios se informen, estudien nuestra historia, vinculen el pasado con la actualidad, descubran reiteraciones en el error y saquen las conclusiones adecuadas. Otros, ya viejos para los horrores en los que incurren a diario, deberán pedir disculpas por el daño causado, porque en su defecto quedarán incorporados definitivamente como la pata progre del bloque oligárquico-imperialista. En ese caso, la historia se encargará de juzgarlos como enemigos de la Patria.

Como señalamos en párrafos anteriores entonces, a veces el desajuste entre teoría y práctica es tan enorme que voluntades de cambio terminan generando condiciones favorables para el avance de los grupos más reaccionarios. Eso ocurre toda vez que no se evalúan correctamente las relaciones de fuerza existentes y los eternos denunciantes se engolosinan haciendo fulbito para la tribuna. Ante esas circunstancias podemos afirmar que en la Argentina actual muchas voluntades que alguna vez pertenecieron al bloque nacional-popular se han cubierto con el peor pelaje del gorilismo. Quizás enuncien correctamente cuál es la contradicción principal (en abstracto) pero no cómo se resuelve (en el nivel concreto), por eso construyen alianzas equivocadas para enfrentar un enemigo imaginario, mientras que al verdadero enemigo lo tienen durmiendo a su lado. 

Constatar lo sostenido pude llevar a muchos compañeros a un ataque indiscriminado contra todo ese sector de la política nacional, lo cual sería un error imperdonable de nuestra parte. Si sólo queremos ganar elecciones (¿alternativamente?) está todo bien, pero si se trata de cambiar la historia, la tarea de quienes asumimos dar la gran batalla cultural es mucho más profunda; consiste no sólo en consolidar lo que ya tenemos, también hay que conquistar nuevas voluntades. Y entre ellas no se debe descartar la recuperación de muchas de aquellas voluntades que hoy se encuentran perdidas. Que esa pérdida sea sólo transitoria depende de ellos, es cierto, pero también de nosotros. Porque esta batalla sólo podremos ganarla, si somos capaces de incluir la mayor cantidad posible de consciencias transformadoras. No es fácil la misión, pero es uno de los grandes desafíos culturales de la hora.

La Plata, 3 de mayo de 2010

Publicado en Cuaderno de la Izquierda Nacional

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